miércoles, 13 de octubre de 2010

Día 5 - Un volcán!! Un volcán!!!!

Nos levantamos temprano, como de costumbre, ya que a las 6 se apagan las luces artificiales de las calles y el sol comienza a iluminar la ciudad. Con Blanca decidimos darnos un día de descanso el uno del otro y mientras ella salía a una entrevista, yo planifiqué ir al Volcán Pichincha, que bordea el oeste de la ciudad y es un paseo inevitable si uno pasa por aquí. Así que cogí un bus sobre la avenida Colón (un nombre muy sugestivo en estos días), que me llevaba hasta la base del volcán.
El sistema de transporte en Quito, está compuesto, principalmente, por sus tres “metros” (depende del tipo de energía que lo mueve, le llaman Eco Vía o Trole), que atraviesan de manera paralela y a cinco cuadras de distancia uno del otro, todo el área metropolitana de la ciudad, de sur a norte. Además, por supuesto, están los buses, cuyo sistema es muy parecido al de Buenos Aires, aunque aún cuentan con “boleteros”. Por otra parte, en el centro de la ciudad, han incorporado el sistema “Pico y Placa”. Consiste en prohibir la circulación de vehículos en hora pico, según la terminación de la placa. De esta manera, cada día, hay dos terminaciones que no pueden hacerlo y así se aliviana el tránsito, que por cierto parece bastante organizado.
Luego de llegar a la base, hay que tomar un teleférico que ya le va dando a uno la noción de la increíble vista con la que se encontrará en la altura. Sinceramente, yo no sabía qué me esperaba. Pero luego del primer ascenso y tras la charla con dos quiteños me percaté que no había ido nada preparado para la travesía que me encontraba por iniciar. Tenía conmigo: una banana (me había desayunado la otra, además de unos mates), y una botella de 350cc de agua. Además, calzaba mis torpes, digooo toppers, y mi fina campera del Barca. Eso sí, tenía protector solar, algo que más tarde, me percataría, que no me serviría absolutamente para nada.
Tras una caminata de dos agotadoras horas llegué a lo que debería haber sido el volcán. No lo encontré… En realidad a lo que no llegué fue a la cumbre desde la cual se ve el cráter. Digamos que un volcán no es exactamente el que nos han pintado desde chiquitos en los dibujitos animados. Sin embargo, estuve haciendo contemplación y lectura por más de una hora, ya que el paisaje es, creo, indescriptible. Es de esos lugares en donde se escucha el silencio.

Comencé el descenso cuando el frío empezó a derrotarme y, súbitamente, advertí que me había apunado. Claro, me encontraba a 5 mil metros de altura. Así que luego de otras dos horas llegué a la base, con un circo en la cabeza y un agujero en el estómago. Mala combinación. Pero para nada peligroso cuando uno puede comerse un sándwich de jamón y queso, tomar un café con leche e ingerir dos cafi-aspirinas. Paso previo para caer derrotado en la, en este momento, comodísima y calentita cama del hostal.

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