miércoles, 20 de octubre de 2010

Día 11 - Día Perdido


A pesar de estar ya en baires, la historia sigue… al menos una semanita más, para quienes se hayan entretenido un poco con estas anécdotas.

Día perdido. Bueno… no tanto…

Desperté el martes con una terrible descompostura. Primero bebí guayusa, una infusión de hojas selváticas que se supone, entrega energía al cuerpo. Luego, los franceses me dieron una píldora para secar el vientre. Luego, Ruth, una de las chicas alemanas, cuya madre es homeópata, me ofreció un barro (así lo dijo, literalmente, y así sabía) para beber diluido en agua. Tal vez era demasiado, pero de tres tipos distintos de medicina, alguno debía funcionar.
El grupo partió con lluvia, que luego devino en tormenta, justo después de que Rosario practicara en mí un ritual para curarme. Quedé tumbado, descansando. Cuando desperté, aburrido de perder tiempo, me puse a leer Cumandá, LA novela nacional, escrita en 1879 y que retrata las costumbres de las culturas indígenas, desde la perspectiva de mestizo, claro. La vida en comunidad que allí llevan es, realmente y coincidiendo con Pablo Dávalos, uno de nuestros entrevistados en Quito, lo más parecido a una experiencia socialista. Las mujeres se levantan bien temprano para encargarse de los cultivos y luego se dedican a los quehaceres del hogar, mientras “cuidan” (no necesitan ningún cuidado) de los niños, que ya regresaron de la escuela. Los hombres buscan el alimento carnívoro y se dedican a conseguir los alimentos para luego construir. Además, cuando necesita algo más complejo o sofisticado, simplemente realizan una “minga”, en la que toda la comunidad participa.
Mientras me encontraba leyendo, bajo un techo que me permitía observar con privilegio la caída de la lluvia, Juan Ventura, uno de los chicos que se había encariñado con nosotros, se acercó y me pidió que le leyera un poco. Cuando me di cuenta eran una docena a mi alrededor. Dudo que estuvieran muy compenetrados en mi lectura, pero cada tanto, al oir palabras propias de su cultura, sí se emocionaban.
Por la tarde, ya sin lluvia y con el estómago un poco mejor, me sumé al paseo en canoa. Al principio era un poco indignante porque la propulsión era a motor y en las partes bajas del río, donde el bote encallaba en las rocas, ellos bajaban a empujar… así que deseé que se rompiera el motor.
Cuando estábamos retornando río arriba, ya sin Luis y los alemanes que se habían bajado a tomar el bus pues ellos regresaban un día antes, se rompió el motor… cuidado con lo que desean…
Tuvimos que bajarnos y caminar, ya que se les dificultaba mucho, y era aún más indignante, empujarnos.
Por la noche, luego de cenar, hicimos una nueva caminata por la selva. Los ruidos son otros, la selva misma cambia.
Tras una mejor noche que la primera, nos despedimos al mediodía, de manera emocionante (porque las despedidas son esos dolores dulces, no?) de la comunidad para regresar al Puyo, el lugar donde los domingos abren los bancos y muchos otros locales. Y esa fue nuestra experiencia en la selva… Regresamos para Quito, llegando al anochecer y nos despedimos. Blanca se quedaba allí. Yo me iba a la playa, a tomar, eso al menos pretendía, un poco de sol.

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